Naylamp estaba enfermo. Enfermo de tristeza, porque la lluvia benéfica se había retirado de los cielos y hombres, animales y sementeras se morían de sed.
El jefe mochica ordenó que todos los habitantes pidieran a las huacas su ayuda y que lloraran impetrando el favor de las estrellas, que ofrecieran a aquellas sacrificios de sebo, coca, harina de maíz y chicha, privándose hombres, mujeres y niños de comer sal y ají, y a las estrellas que les dieran el sacrificio de sus lágrimas.
El mismo jefe mandó poder sus ropas repartidas por todos los caminos que conducían a las dos huacas principales, su templo y su palacio, que eran las huacas Chotuna y Sioternic, para que esparciéndose el mal entre los caminantes y los vientos, desapareciera su enfermedad. Luego se bañó en un pozo artificial, que contenía chicha en lugar de agua, contrariando la fórmula del ritual que ordenaba hacerlo en los ríos y lagunas, para que el agua se llevara la enfermedad o el pecado y en el lugar de la abstinencia de sal y ají, decretada por él mismo, consumió ambos condimentos.
Por lo tanto, el permaneció mudo ante súplicas de sacrificios, las tierras entecas y los hombres y los animales siempre sedientos.
Para mayor castigo y sarcasmo, en el propio momento de la realización de estos actos, apareció en el lejano horizonte un arco- iris y Naylamp, contrariando la tradición, que establecía que aquel se señalara al arco- iris moriría de sed, llevado por la esperanza e impulsado por su autoridad señaló hacia aquel lado.
Honda fue la conmoción interna que experimentó la concurrencia por aquel acto inusitado de su jefe, que faltaba el respeto al Cielo, contrariaba las leyes eternas y truncaba las tradiciones de la raza, todo lo cual podía considerarse como un pecado de muerte.
Solo había una manera de evitar el fin inmediato del héroe y la desgracia del pueblo, y era el de la confesión pública que debiera hacer el mismo soberano, dentro del agua de un río. A falta de este, el jefe mochica y todo su pueblo se dirigen hacia el mar de San José, y en la propia orilla, levantando los brazos y bajando la cabeza confesó sus pecados, e introduciéndose en el mar dijo: “ya he dicho mis pecados al Cielo, recíbelos tú mar y llévalos para que nunca más aparezcan”.
Y sólo así por la propia confesión pública se aplacó la cólera divina y llovió y brotaron las simientes y los animales, los hombres, las mujeres y los niños apagaron a sed.
Con todo, el quebrantamiento de algunas fórmulas rituales conllevaba la muerte. Por eso al poco tiempo, Naylamp, se enterraba vivo, con su propia efigie, hecha de una sola piedra de esmeralda, ene el fondo de la Huaca Chotuna , y en ella se dejó morir de hambre y de sed, para aplacar la cólera del Cielo y hacer justicia a las tradiciones propias de su raza.
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